Últimamente me acompaña una mujer, de esas tantas que me habitan, que no me gusta. Como un perro vagabundo y desahuciado me persigue, olfatea. Se refriega por mi piel y gime, suspira, llora, levanta sus ojos azorados en desolada pregunta: ¿Por qué? No sé que responderle, no sé que responderme.
Esta mujer que soy, no es la que fui, ni mucho menos la que seré. A esta mujer de hoy le faltan sus pedazos, sus límites, sus trincheras, se le perdió la brújula y junto a ella el centro. Tantea en la penumbra tratando de encontrar alguna mano, al menos una sombra conocida, pero sólo halla entre la niebla, oscuridad. Se retuerce, maldice, se compadece y llora ¡Como llora! Tal vez las lágrimas en su indescifrable camino la conduzcan nuevamente hacia sus pasos, esos que se detuvieron hace tantas lunas. Allí quedaron sus huellas solitarias, congeladas, huérfanas de carne y sueños.
Quiero cerrar los ojos, dejar de temblar, no sentir más frío. Quiero descansar... y volver a ser